viernes, 25 de julio de 2008

Mi amigo de Playa Pragueira

Pese a que estoy de vacaciones y me había propuesto dejar de lado todo esfuerzo,no he resistido el mono de escribir. A ello ha contribuido de forma decisiva un entrañable personaje que he conocido en estos lares de Pragueira-un hermosa playa de la provincia de Pontevedra, en el término municipal de Sanxenxo-con el que a diario hablo un rato en algún momento del día y al que he prometido escribir un pequeño cuento. Un cuento sencillo y único para él. Aunque siempre he escrito solo para adultos pero el también quiere hacer cosas de adulto,porque lo es.Es un chicote grande y fuerte.Pero también es un niño.Un niño inocente y amistoso a quien entusiasman los juegos.Un niño sociable que gusta de la compañía y del afecto, que valora la atención sin insistencia y que hace pensar en cuanto bueno se puede sacar de situaciones muy complicadas de la vida. Por todo lo que representa lo traigo a esta entrada de mi Blog, que le dedico.

Escucha Jóse, amigo, presta atención porque te voy a escribir un breve cuento que comenzará de forma tradicional, como lo hacían los cuentos antiguos de cuando yo, o tu papá y tu mamá eramos niños.
Erase una vez una mujer que estaba triste, aunque lo disimulaba, porque en poco tiempo había perdido a mucha gente querida. Se sentía rabiosa con su destino y le costaba un gran esfuerzo reírse y disfrutar y llevar a cabo todas las cosas de cada día: siempre estaba cansada. Además tenía que disimular, porque no debía entristecer ni a su familia ni a sus amigos.Eso también cuesta mucho esfuerzo y cansa, como te cansas tu de pasar la aspiradora o de conducir con tu volante o de llevar en la mochila tu ordenador. Bueno, pues esa mujer se cansaba como tu de las tres cosas juntas...¿Lo comprendes?.
Pero se le ocurrió tomarse unas vacaciones en Pragueira, en un bonito hotel casualmente descubierto muy cerca del mar. Se llama Hotel Almar ¿Te vas dando cuenta?El caso es que se instaló allí con buena compañía, con su marido, y buscó más fuerza y alegría en el agua verde y fresca de la playa, en dejar sus huellas efímeras paseando por la arena, cerca de donde habitan nécoras y centollos, esos productos del mar que te gustan tanto y que pescan también para ti.
Y además de disfrutar de la calma de tan hermoso lugar te conoció a ti Jóse y le hiciste pensar,le hiciste dar mil vueltas a su cabeza, porque siempre te escuchaba palabras bonitas, siempre estabas simpático con ella. Empezó a desenfadarse con el destino. A congraciarse con su suerte.Y fue recobrando las ganas de reírse de verdad, las ganas de caminar y ya se cansaba solo lo imprescindible y lo propio de su edad. Había hecho un nuevo amigo y eso es muy bonito.Le prometió contarle un cuento solo para el, un cuento sencillo y ya lo ha hecho.

Ahora le prometo que siempre que me sea posible vendré a este lugar y aunque me vaya a mi casa, confío en que mi destino permita que no sea para siempre.Y así nos veremos.

jueves, 3 de julio de 2008

La vieja casa de los abuelos evocada por Julio, mi hijo


De MJGV@hotmail.com
Enviado miércoles, 02 de julio de 2008
Para: HG, Julio; Yago HG
Asunto: Hola

Hola filliños:
Hoy entramos en la casa de los abuelos que estaba alquilada, pues ayer nos entregaron las llaves. No me dio pena volver porque allí viví poco tiempo antes de casarnos y bastante feliz, (...) Al entrar en la vieja casa percibí que es amplia y luminosa, con una buena terraza, (...) Ahora os digo lo malo: está llena de basura. No lo han limpiado en los 18 años que llevaban viviendo allí, la mugre corroe las ventanas...

Ya os contaré más. Os mando mil abrazos y cierro el ordenador hasta la noche, que tengo que salir.
Mamá
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Email de respuesta de 2 Jul 2008
From: juliohg@gmail.com
To: marisugv@hotmail.com
CC: yago.hg@mediagraet.com


Que pena lo de la casa. Yo la estoy viendo ahora mismo. Corriendo desde la salita al baño por todo el pasillo sólo o jugando con mi hermano. El sofá verde que se hacía cama. La camilla donde jugábamos al parchís con la tía Nieves que no paraba de reír o donde el abuelito echaba sus solitarios. El mueble de la vieja radio con tocadiscos situada al entrar en la salita, a mano izquierda, sobre un mueble que hacía las veces de mueble bar, con la botella de “kinito” dentro junto a las de aguardiente o licor café. Ver los fuegos por Santiago desde la terraza y el horror del Orense bajo un cielo rojo de dolor del fuego que se adueñaba de sus montañas.

El comedor con el aparador y la mesa que con tanto esmero poníamos con el abuelo, mientras la abuela preparaba la cena en la cocina. Nunca faltaba un poco de fiambre y de queso, del bueno, del de casa, del de toda la vida. La cocina donde lucharon con nosotros para darnos de comer. Primero de hierro, blanca. Luego de fuegos, de bombona. Las dos cuerdas en la ventana para tender ¡Si hablaran esas dos cuerdas…y los muros de esa casa…!. La mesa azul de patas metálicas donde comíamos todos los días.¡Qué rico sabía todo! Y en Invierno la abuela asaba castañas en el horno de la cocina. Y el dormitorio de castaño de los abuelos, con el rosario colgando sobre el cabecero de la cama. Aun habría de trasladarse integra esa estancia a la nueva casa en la que estrenamos coche, casa y nueva vida de los abuelos a regañadientes.
¡Tantos y tantos recuerdos de infancia feliz!
Cuando llegó Yago en un cuco rojo en el Dyane 6 y yo estaba en la tienda. Salí corriendo gritando emocionado que venía, que tenía un hermanito. Tan guapo. Tan rico (Te quiero tanto Yaguete) Pues sí. Tantos veranos en esa casa y en la de Cimadevila con la tía Hortensia. Pero allí, en la casa de Orense viví como niño, viví como hermano, tuve mis escarceos como adolescente y encontré refugio en los momentos malos. En los más tristes. Una casa donde solo hubo felicidad, cariño, afecto y mucho amor. Recuerdo salir con el abuelo de la mano por el parque y me presentaba a todo el mundo siendo yo bien pequeño.
Y luego ya de mayor salir a pasear a la estación con los dos hablando de todo y de nada. De nuestras cosas. ¡No bajéis los escalones corriendo! Nos dijeron a veces. ¡No subáis las persianas hasta arriba que hacen tope y luego no pueden sacarse!. Y el frío gélido del invierno que pasé aquellas navidades allí solo en que me emperré en ir a pasar los reyes persiguiendo un amor de juventud aunque los abuelos no estaban en Orense. Joer, que se me hielan los pies y las manos al acordarme.

Llegar de madrugada, con los zapatos en la mano para no hacer ruido, acompañado de David, algo pirípis y claro riendo de las peripecias nocturnas acontecidas. ¡Sissh sissh, ¡no te rías, tío que nos pillan!. David tapándose la boca y claro. Entramos y como no conocía la casa de noche iba palpando con la mano izquierda en la pared y salvo el pasillo de la izquierda que llevaba a la cocina y al baño. Libró el comedor de milagro. Apoyó en la puerta del dormitorio de los abuelos y cayó rodando a los pies de la cama. Se hizo el silencio. Una voz, la de la abuela, pues el abuelo roncaba como una locomotora, dijo: ¡ Julito, en el armario hay mantas por si tiene frío tu amigo!. Desternillados de risa salimos de allí rumbo a la sala. Creíamos morir de la risa. Luego a primera hora, David que durmió en el dormitorio de mamá, se sintió indispuesto, claro y tras creer que no había nadie en el pasillo se dispuso a salir zumbando al baño pero en su carrera por el pasillo la puerta de la calle se abrió y se topó con el abuelo. Apenas pudo decir nada pues el vómito pugnaba por salir y huyó al baño.
Cuando yo me levanté y fui a la cocina, tomando un café mientras la abuela ya dejaba todo listo para la comida, me dijo, no despiertes a tu amigo que se ha puesto malo de noche. A mi, me entraba la risa y eso que no sabía aún la historia que había vivido el amigo David horas antes en el pasillo. La abuela cogió nuestros vaqueros y los puso a lavar como hacía siempre y estando comiendo los cuatro en la mesa, David y yo frente a frente dejando, en mi caso la ventana a la espalda, mientras oíamos las esquelas veo a David palidecer mirándome. Le hago una seña y el intenta levantar la cabeza como señalando la ventana pero disimulando. A todo esto, conversando todos como siempre. Yo cada vez más intrigado y David sin saber como hacer para indicarme un no sé qué. Total, que me vuelvo con cuidado hacia la ventana y me cambió el color de la cara, al verlo. Papel de fumar y unos preservativos colgados con pinzas de las dos cuerdas, puestos a secar. Nos las vimos negros para quitarlos de ahí. Los abuelos nunca dijeron ni mu de aquello. Nunca sabremos si porque no entendieron o quisieron saber.

Bueno basta de rollo que, además,Yago se sabe esta historia de memoria; y yo, como los viejos solo tengo historias que contar. Y siempre las mismas.
Larga vida tenga nuestra casa porque nuestra vida o parte de ella está en ellas.

Julio