Hay muchos signos
de que las mujeres, en nuestra incorporación a la vida pública, nos conducimos
según los patrones masculinos, quizá porque al principio parecían casi el único
modelo. Al ser capaces de ello la Igualdad
quedaba fuera de toda duda: hacíamos lo mismo, tomábamos las mismas
decisiones y adoptábamos las mismas actitudes. Pero, ¿ganamos algo de este modo
como mujeres?. Sin duda los ejemplos que conocemos de aquellas que han logrado
unas metas altas de poder político o económico las obligan siempre o a un doble
esfuerzo o a grandes renuncias, y siempre necesitan la ayuda o el apoyo de
otras mujeres, en calidad de profesionales o en solidaridad familiar.
En el camino
hacia la independencia personal, y mucho más en el del poder, las mujeres vamos
pagando muchos peajes, con gusto o sin él, pero algunas cuando llegan a
determinadas metas lo olvidan, tal vez porque lo alcanzado les satisface, y una
vez situadas tienen que dedicar todos sus esfuerzos a demostrar que se merecen
lo conseguido y a resistir los empujones. ¿Excusa todo eso a nuestras líderes
de la tibieza mostrada en la solidaridad con el resto de sus congéneres?. A mi
parecer, no. Porque ninguna se debe solo a sí misma. Sin dudar de sus méritos
personales, y aún poniendo énfasis en ellos, mayoritariamente han tenido
grandes apoyos y ha sido mucho lo que hemos luchado todas para que fueran
visibles, especialmente en Política. Las metas personales no son suficientes,
una vez conseguidas llega la hora de la exigencia. También para todos los
políticos, que parecen no percatarse de esta circunstancia, pero ha llegado
especialmente para las mujeres, y además la hora de establecer pautas propias
de actuación, de crear su propio modelo. Y no pueden descuidar un momento su
atención de cuanto pueda ser nocivo para todas las demás: desde la limitación
de oportunidades hasta el menoscabo de su dignidad.
Las mujeres de
pensamiento progresista sabemos que muchos compañeros de ideología olvidan
algunos de sus principios cuando les domina la pasión por el poder, pero en
eso, como en muchas otras circunstancias, no podemos seguir reproduciendo su
modelo. Cuanto más cuando este ha sido puesto en entredicho por buena parte de
la opinión pública.
La negligencia o
el poco entusiasmo en la defensa de los valores que nos son propios como
mujeres, como progresistas y como feministas, nos alejan irremisiblemente de
quienes nos dieron su confianza, su apoyo y sus votos. Y no podemos eludir tan
tremenda responsabilidad.
Las mujeres
siempre hemos estado muy cercanas a la realidad cotidiana, a esa realidad ahora
tan cruda y doliente para los más débiles y entre ellos muchas de nuestras
congéneres. Si el poder nos hace olvidar esta cualidad de cercanía, de
respuesta rápida y práctica a los problemas concretos, estaremos desperdiciando
una característica preciosa del que debería ser nuestro modelo. Y es la hora de
que el modelo femenino se abra camino en la esfera pública y aportemos nuevas
formas de actuar.
Estamos en la
hora de la exigencia, es el momento de la generosidad, de la solidaridad, de la
concreción y del valor para arriesgar lo propio en pro de lo socialmente justo
y de lo eticamente correcto.
Las mujeres
socialistas han luchado mucho en estos años de democracia. Nadie ha hecho más
esfuerzo. En esa carrera unas se han situado en primera fila y muchas otras
siguen esforzándose en la retaguardia, y dándoles su apoyo, y esto las obliga a
corresponder, a ser las primeras en dar la cara en la lucha, en la protesta y
en la denuncia.
Muchos y muchas
progresistas estamos dolidos/as por la lenta e ineficaz respuesta a lo ocurrido
hace poco en Ponferrada. No hemos escuchado las voces de nuestras líderes
oponiéndose, resistiéndose y condenando tan bochornosos episodio. Solo hemos
percibido su tibieza, su cierre de filas y hasta su miedo a perder el favor de
sus compañeros, a quienes no dejamos tampoco de reprochar sus errores y malas
soluciones que tanto les alejan del sentir social. Pero de las mujeres no
esperábamos esa actitud, porque precisamente están ahí para hacerles aterrizar
en la realidad. No para hacerles coro. Y esto lo demandamos más cuanto más las
hemos apoyado, cuanto más fieles somos a un proyecto y cuanto más nos importa
que se recupere el rumbo perdido, porque la gente ya no transige, ya no perdona
ni olvida ni se conforma con las apariencias ni con las palabras más o menos
bien urdidas, ni con las soluciones poco claras. Hay que despertar, porque ha
llegado un momento maravilloso para la calidad política: el momento de la
exigencia. Si las mujeres políticas no responden a ella no durarán mucho,
porque nadie las considerará necesarias aunque la paridad sea de justicia
democrática.
3 comentarios:
Soy hombre y como tal no me considero distinto a ninguna mujer. Como de cualquier ser humano puedo ser diferente en cuanto a la educación recibida, la formación adquirida, las experiencias en el ámbito personal, laboral y familiar que adquirí y/o tuve. Todo lo que hoy sobre lo anterior, construyo, vivo y siento tambien. No percibo mayor diferencia que las que físicamente existen. Creo en la igualdad de cualquier ser humano sin distinción algunaa, de genero ni cualquier otra. Soy consciente sin embargo del esfuerzo que hoy ( en Europa menos) supone ser mujer, sentirse mujer y tener que medirse según la vara del hombre.
Sin duda la educación recibida lleva a esa percepción de la igualdad.Pero siendo hombres y mujeres equivalentes tenemos características propias de sexo o de género que son positivas, y las mujeres deben poner en valor las suyas porque así unos y otras se enriquecerán. Pero todas las triunfadoras han de ser generosas con las demás.Se lo deben.
Inteligente y clara exposición, Marisu. Son tiempos muy dificiles para todos y todas, y por ello también, las trinufadoras, que dices y los tiunfadores deben ser generosos con los otros. Tristemente, algunas mujeres que logran subir, olvidan a las que le ayudaron a subir. Afortunadamente, otras, cada día se conocen y se apoyan.Besiños, luchadora.
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