martes, 14 de junio de 2011

AGREDIR CON LA PALABRA


Archisabido que la bragueta es el punto débil del perfecto ciudadano.Pero lo olvidamos. Tendemos a pensar que, en estos tiempos, se han superado determinadas actitudes, al menos en los sectores más ilustrados de la sociedad.
Cierto que vemos, leemos y escuchamos, muchos indicios de que algunos cambios son solo aparentes, y en la medida de nuestras posibilidades alzamos nuestra voz alertando del machismo latente y del emergente, aunque tengamos la impresión de clamar en el desierto.
La reacción política respecto al episodio protagonizado por Strauss-Kan (presunto inocente, ¡faltaría más!) y su, también presunta, víctima ¡faltaría menos! Nos ha puesto de manifiesto como se las gastan en el País Galo en asuntos de género: no se ha muerto nadie, minimiza uno de sus colegas. Es decir: este episodio, aunque se haya producido, carece de importancia..
Por desdicha, la opinión de que las cuestiones de género carecen de importancia está muy arraigada, también en el primer mundo, aunque no lo parezca. Y la banalización de cualquier episodio machista que no termine con sangre es frecuente. Incluso hay quien considera, y lo manifiesta sin pudor, que el maltrato o el crimen de género es provocado por la actitud de la víctima.
Ante este estado de cosas, las personas concienciadas, no podemos pasar por alto ninguna opinión expresada en los Medios, por muy graciosa que pretenda ser, ni por mucha consideración que tenga quien la pronuncia, sin hacer ver al/la opinante que está incurriendo cuando menos en una grave frivolidad. Y digo esto a propósito de un artículo publicado el domingo 13 de junio en un periódico ourensano de gran difusión, que es todo un ejemplo de justificación de la agresión verbal del macho ante la presencia de una hembra atractiva, por el hecho de serlo.
Y digo esto temerosa de que pase desapercibida, incluso para el propio autor del artículo, la gravedad de lo que afirma. Y añado que me ha sorprendido porque, aunque no le conozco, es persona precedida de cierto prestigio en su medio, del que debe ser, además, muy consciente, a tenor del alto grado de autoestima en que parece tenerse: poco menos que la encarnación del ideal del perfecto ciudadano: no robo, no mato, no practico tráfico alguno de influencias, pago mis impuestos y... hasta casi respeto a rajatabla el código de circulación. En fin, que cumple. Cómo hacemos la mayoría de las personas sin proclamarlo. Y, al parecer, eso le exime de la debida continencia verbal al paso de una hembra que le estimule la Testosterona. Y es que a ese señor le justifica lo muchísimo que, desde niño, le gustan las mujeres... Cómo a la mayoría de los hombres, ¡Estupendo! A la mayoría de las mujeres también nos gustan los tíos, sobre todo si son metrosexuales; pero, en nuestra cultura no había figurado, al menos hasta ahora, la creencia en el derecho a importunarles, o increparles, manifestando la atracción estética o sexual que pudiera provocarnos cualquier bello ejemplar de macho avistado. Y esto no nos convertía en reprimidas ni mojigatas; simplemente en educadas.
Cualquier amigo puede recibir de las mujeres, o expresarnos con agrado, su admiración estética, afectuosa o atenta, sin que se considere ofensa. Pero no tenemos ninguna obligación de soportar los desahogos sexoverbales de cualquier tío que pase a nuestro lado. Y solo porque pueda enfermar de represión si no nos manifiesta la llamada a los genitales que le despierta nuestra condición femenina.
El articulista de marras ataca de baja manera a dos conocidas políticas que no comulgan con estas actitudes, acusándolas de establecer una nueva inquisición de género, criticando incluso el salario que perciben por dedicarse a temas de Igualdad, es decir a una cuestión menor, sin entidad. Y acusándolas de desconocer el tema.
Personalmente, aparte de todo el respeto, no debo nada a estas dos mujeres: Bibiana Aído y Laura Seara, que trabajan sin descanso en lo más desagradecido e infravalorado de la política, como demuestra el comentado artículo. Pero es de conciencia apoyarlas y valorarlas en cuanto comparto. Y no necesito recurrir a ningún taco, como gracia local para mentes poco ágiles, para decirle al autor de tales afirmaciones, que quién no tiene ni la menor idea de género, ni la más mínima sensibilidad respecto a la agresión verbal que suponen para la mujer ciertas imprecaciones, que llama piropos (¡Tía buena!¡Morenaza!), es el mismo. Y se lo digo a sabiendas de que tal vez se conozca mi réplica, que soy una persona común, y él un personaje local que le asegurará muchas defensas. Pero para apoyar la causa de la mujer hay que tener arrojo, como lo tienen Laura y Bibiana. Pero para escribir su antifeminista diatriba sin temor a réplica, al menos en el mismo periódico, basta con ser conocido en su medio. Aunque empiezo a preguntarme por qué.