sábado, 21 de abril de 2012
ELGATO QUE CAMINABA SOLO ( Rudyar Kipling)
Hace ya algunos meses, en una de las deliciosas tertulias literarias en las que participo, releíamos los cuentos de kipling.
Ni que decir tiene el gozo literario, las alegres risas y el torrente de ideas generados entre las tertulianas durante la lectura de El gato que caminaba solo.
Todas las participantes en este grupo de debate son personas cultas, muy inteligentes y defensoras de la Igualdad de la Mujer. En consecuencia, se mostraron encantadas de la valoración que de ésta hace el autor del precioso cuento.
En algún momento de la discusión, en la que permanecí más silenciosa que de costumbre, me sentí tentada a hacer de abogada del diablo, porque algunas nubes se me cruzaban entre el gozo y las alabanzas.
Sin embargo decidí que era menos inoportuno reflexionar primero en soledad, y que tiempo habría para expresar de forma oral o escrita mis opiniones al respecto. Y así lo hice varios días después, aunque solo la primera parte, porque el resultado de mi análisis del cuento, mejor dicho mi percepción del rol femenino expresada en El gato que caminaba solo, he tardado algún tiempo más en contarlo
Considero que las mujeres han desempeñado a lo largo de la historia y en las diversas tareas llevadas a cabo, un papel trascendental, tardía y escasamente valorado. En el cuento de Kipling la mujer es esencial en el mundo familiar primitivo. Y el autor dibuja un modelo muy valorable: dialogante, paciente, organizada, trabajadora:altamente rentable. Y también cabeza pensante del grupo viviente que se va formando en los albores de la humanidad.
Esto último es, a mi juicio, lo más interesante del pensamiento del autor sobre las mujeres, reflejado en la protagonista del cuento que comentamos. Porque le atribuye el factor que más se ha ignorado del mundo femenino: la capacidad de pensar.
Pero no podemos obviar que toda la esfera en que se desenvuelven esas capacidades femeninas no exceden el ámbito de la cueva. Porque el espacio exterior, que es el de la caza, el de la provisión de alimentos está reservado al varón. Él se ocupa de lo imprescindible para la supervivencia: los alimentos.
La mujer enciende el fuego, asa la carne y hace la cueva lo más confortable posible. Además, domestica a la vaca que ha de darles su leche, al perro que ayudará al hombre en la caza y guardará su refugio, y al gato que les librará de los ratones.
Y todo esto lo hará la mujer usando la cabeza hasta para hacérselo entender al hombre.
Pero... ¿No es este el papel tradicional de la mujer en la sociedad agrícola, que ha sido durante siglos la forma de sustento humano? La mujer guarda la casa y cuida los animales, y lo organiza todo para que cuando el hombre regrese del exterior, solo se preocupe de alimentarse y procrear antes del descanso. Así ha sido también en toda la sociedad patriarcal. La que se refleja en el cuento de Kipling. No hay un papel rompedor de la mujer. Pero hay una valoración muy positiva del que lleva a cabo. Y esto, tan necesario, no es propiamente feminismo. O no del todo. Porque las funciones de hombre y mujer no son iguales. He ahí lo negativo.
Pese al alto rendimiento de la mujer en sus funciones, a la importancia de las mismas, al valor económico de su trabajo y a su capacidad de organización y razonamiento, no ha sido considerada equivalente al hombre, ni, salvo excepciones, ha tenido secularmente posibilidades de optar a otro papel.
Juzgar el personaje de Kipling sin hacer estas reflexiones es peligroso, porque inclina a aceptar la situación que viven millones de mujeres en el mundo. Que incluso perduran en sociedades avanzadas.
Pero la valoración que hace de la inteligencia de la mujer es muy importante, ya que es el hilo del que tirar para luchar por su educación. Y ésta le permitirá salir de la cueva, explorar el mundo y elegir. Y si opta por una vida profesional, el hombre no será el único proveedor de la familia, ni el único informado, ni el único inteligente. Y ese proceso de cambio humano es uno de los más transcendentes que se están produciendo en el convulso fin de era en que vivimos.
Ourense 21 de abril de 2012.
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