ANTES DE QUE ACABE MARZO
En el 2017 puedo decir que he
dedicado más de 30 años a trabajar decididamente por la igualdad de género, y
toda mi vida consciente apoyando las reivindicaciones de las mujeres. Ello me
ha permitido aprender algunas cosas y obrar en consecuencia. No voy a empezar
enumerándolas porque no quiero que nadie se confunda pensando que ha variado mi
posición. No. No ha cambiado, solo he dejado la primera línea aunque sigo
defendiendo la causa feminista desde la retaguardia; y de vez en cuando hablo,
o escribo que es otra forma de hablar. Porque después de tanto tiempo el
trabajo en pro de la Igualdad sigue siendo tan necesario como en mis comienzos.
Estamos en un tiempo nuevo. La sociedad ha
cambiado. Hay otras leyes, pero sobre todo hay otras actitudes y
comportamientos en las mujeres, incluso
en las que dicen no ser feministas o no se consideran tales porque
confunden el concepto. Un par de pasos, casi siempre, por detrás, también han
cambiado muchos hombres.
En este momento nuevo quedan grandes problemas
pendientes de resolver. Por nombrar algunos, los más importantes como la
igualdad de salario a igualdad de trabajo o un reparto efectivo y mayor de las
cargas familiares, parecen pequeños comparadas con el ensañamiento de la
violencia machista con resultado de muerte. Todos estos campos necesitan una
gran dedicación de las generaciones que se han beneficiado de las conquistas
logradas por aquellas otras que ya necesitamos un relevo.
Y digo todo lo anterior porque junto a los
logros conseguidos aparecen también vicios derivados del empoderamiento de ciertas mujeres, que con su proyección
pública deberían ser un ejemplo del buen uso del poder.
Siempre he creído y creo que hombres y mujeres
somos equivalentes. Iguales en la diferencia. Esto significa que en ambos
géneros hay grandes valores para sumar, nunca para imponer; y también vicios
múltiples que corregir.
Nada enriquecerá el bienestar de la ciudadanía
ni las relaciones humanas si el empoderamiento de las mujeres nos lleva a
adoptar roles absolutamente masculinos, que de hecho están más viciados porque
llevan encima toda la Historia detentando el poder, y todavía lo poseen de un
modo casi absoluto en muchos sectores. Pero el hecho de que muchas mujeres
hayan tocado el cielo no siempre ha aportado aire fresco. Y aquí es adonde
pretendía llegar: a la decepción que nos producen a tantas luchadoras
determinados comportamientos empresariales y sobre todo políticos, de mujeres
que deberían representarnos y que actúan con la deslealtad y falta de nobleza
que otrora utilizaron hombres poderosos para llegar a la cima. La ambición de
progreso en su justa medida puede ser positiva. Pero cuando no repara en
medios turbios es hasta obscena.