Llueve y llueve en Sanxenxo. Parece que ha llegado el
invierno cuando hace dos días me paseaba por la playa. Ahora estoy encerrada en
casa y la lluvia me oculta el mar. Ese trocito de mar que se ve desde mis
ventanas por el que cruzan con frecuencia pequeños veleros y de vez en cuando
yates o cargueros repletos de contenedores. Un mar que, desde mi punto de mira,
se ve plateado y bañando la falda de las montes que se elevan al otro lado de
la Ría. Mi vista cotidiana, la que cada despertar me levanta el ánimo. Pero hoy
solo aprecio una cortina persistente de agua que llena de múltiples gotas mis
cristaleras y las hace parecer cuajadas de brillantes. Lo único que me permiten
ver son los árboles cercanos. El viento los azota y se balancean incansables,
sus copas se aproximan como si quisieran abrazarse y transmitirse fortaleza o
bailar acompasadas una danza que les permita resistir la acometida sin
quebrarse.
Mientras observo el
bosque pienso en la soledad de la tomatera de la playa. O la tomatera de Chús,
mi amiga y tocaya. ¿Resistirá la acometida del temporal? ¿Seguirán los tomates
en sus ramas cuando cese la Ciclogénesis que se dice está produciéndose?
Os preguntaréis de
qué estoy hablando, pero os aseguro que mi discurso no es inconexo ni mis
palabras son fruto de ningún delirio. Por extraño que parezca ha crecido una
tomatera en la playa de Silgar. No sé si nació allí fruto de alguna semilla, o
si se precipito por la baranda del paseo ya en forma de pequeña planta y sus
raíces se agarraron a la arena. Lo cierto es que encontró una protectora, que
al verla débil y recién nacida se dedicó a cuidarla con mimo y consiguió
primero que floreciera, después que fructificara en hermosos y ecológicos tomates.
Chús dice que quiso que la planta pudiera completar su
ciclo vital. Pero yo creo que no quiso que muriera, aunque tal vez todo es lo
mismo. Pero con el matiz de ternura que mi apreciación implica. Un acto de
ternura hacia un elemento de la naturaleza.
Mi amiga cuidó la
tomatera. Le hizo una parcelita protegida con piedras recogidas en la playa.
Sujetó sus ramas con varillas y trozos de cuerdas arrastradas por las olas y
todos los días la regó.
La planta, ya adulta,
se convirtió en la noticia curiosa de las jornadas playeras de Silgar
aumentando la popularidad de su cuidadora, que incluso fue noticia en la
prensa de Galicia. Pero es que la cuidadora es una persona muy singular. Yo le
llamo “la alegría de la playa” por su sonrisa permanente, sus rubios y rizados
cabellos, el alegre y hermoso colorido de su vestimenta, y el optimismo que irradian
sus ojos azul marino. El mismo color de las aguas del mar en Mallorca.
Chús ha sido un
descubrimiento personal anterior a la
tomatera. Es una de mis lectoras, y amante como yo de las aguas y arenas de
Silgar. Cada vez que nos encontramos se genera una corriente de comunicación
alegre y cariñosa. Cada vez es más grato nuestro trato veraniego.
Ahora que la
temporada de playa toca a su fin, nos iremos en direcciones distintas
llevándonos un grato recuerdo mutuo… y la preocupación por la tomatera, que se
quedará sin su cuidadora y a merced de las inclemencias del tiempo. Pero ha
cumplido su ciclo. Y otro verano volverá y Silgar nos deparará nuevas
sorpresas.
Sanxenxo, 15, del 9 de 2015.
1 comentario:
A todas mis amistades: los tomates siguen naciendo en Silgar.
Besitos
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