martes, 15 de septiembre de 2015

TOMATES EN LA PLAYA DE SILGAR


Llueve y llueve en Sanxenxo. Parece que ha llegado el invierno cuando hace dos días me paseaba por la playa. Ahora estoy encerrada en casa y la lluvia me oculta el mar. Ese trocito de mar que se ve desde mis ventanas por el que cruzan con frecuencia pequeños veleros y de vez en cuando yates o cargueros repletos de contenedores. Un mar que, desde mi punto de mira, se ve plateado y bañando la falda de las montes que se elevan al otro lado de la Ría. Mi vista cotidiana, la que cada despertar me levanta el ánimo. Pero hoy solo aprecio una cortina persistente de agua que llena de múltiples gotas mis cristaleras y las hace parecer cuajadas de brillantes. Lo único que me permiten ver son los árboles cercanos. El viento los azota y se balancean incansables, sus copas se aproximan como si quisieran abrazarse y transmitirse fortaleza o bailar acompasadas una danza que les permita resistir la acometida sin quebrarse.
 Mientras observo el bosque pienso en la soledad de la tomatera de la playa. O la tomatera de Chús, mi amiga y tocaya. ¿Resistirá la acometida del temporal? ¿Seguirán los tomates en sus ramas cuando cese la Ciclogénesis que se dice está produciéndose?
  Os preguntaréis de qué estoy hablando, pero os aseguro que mi discurso no es inconexo ni mis palabras son fruto de ningún delirio. Por extraño que parezca ha crecido una tomatera en la playa de Silgar. No sé si nació allí fruto de alguna semilla, o si se precipito por la baranda del paseo ya en forma de pequeña planta y sus raíces se agarraron a la arena. Lo cierto es que encontró una protectora, que al verla débil y recién nacida se dedicó a cuidarla con mimo y consiguió primero que floreciera, después que fructificara  en hermosos y ecológicos tomates.
 Chús dice que  quiso que la planta pudiera completar su ciclo vital. Pero yo creo que no quiso que muriera, aunque tal vez todo es lo mismo. Pero con el matiz de ternura que mi apreciación implica. Un acto de ternura hacia un elemento de la naturaleza.
 Mi amiga cuidó la tomatera. Le hizo una parcelita protegida con piedras recogidas en la playa. Sujetó sus ramas con varillas y trozos de cuerdas arrastradas por las olas y todos los días la regó.
 La planta, ya adulta, se convirtió en la noticia curiosa de las jornadas playeras de Silgar aumentando la popularidad de su cuidadora, que incluso fue noticia en la prensa de Galicia. Pero es que la cuidadora es una persona muy singular. Yo le llamo “la alegría de la playa” por su sonrisa permanente, sus rubios y rizados cabellos, el alegre y hermoso colorido de su vestimenta, y el optimismo que irradian sus ojos azul marino. El mismo color de las aguas del mar en Mallorca.
 Chús ha sido un descubrimiento personal  anterior a la tomatera. Es una de mis lectoras, y amante como yo de las aguas y arenas de Silgar. Cada vez que nos encontramos se genera una corriente de comunicación alegre y cariñosa. Cada vez es más grato nuestro trato veraniego.
  Ahora que la temporada de playa toca a su fin, nos iremos en direcciones distintas llevándonos un grato recuerdo mutuo… y la preocupación por la tomatera, que se quedará sin su cuidadora y a merced de las inclemencias del tiempo. Pero ha cumplido su ciclo. Y otro verano volverá y Silgar nos deparará nuevas sorpresas.
Sanxenxo, 15, del 9 de 2015.    

   

1 comentario:

Maria Jesus dijo...

A todas mis amistades: los tomates siguen naciendo en Silgar.
Besitos